Ficha elaborada por: Natalia Espina Schippers,
Quinto Bachillerato, 2015, Colegio Internacional Montessori, Guatemala
Nombre completo Francisco Méndez Escobar

Nacimiento

Joyabaj, Quiché, 3 de mayo de 1907

Deceso

Guatemala, 11 de abril de 1962

Información biográfica

Vivió en San Martín Jilotepeque. Se casó con Elvira Dávila. Tuvo cuatro hijos llamados Boris Rodrico, Hugo Lionel, Francisco José y César Alejandro Méndez Dávila. Fue contemporáneo de Mario Monteforte Toledo, Manuel Galich y Carlos Samayoa Chinchilla, formando parte de la generación del 30 o grupo Los Tepeus. Murió de leucemia en 1962, después de viajar por Europa y Asia. Fue considerado criollista. Sus obras trasicenden hacia el realismo mágico. Su hijo, Lionel, fue un importante intelectual y su nieto, Francisco Alejandro Méndez, es uno de los narradores y críticos más destacados de la Guatemala de principios del siglo XXI.

Información académica

Estudió hasta sexto primaria, debido a que las condiciones de educación estaban en mal estado en su época. 

Información profesional

Fue oficinisa en un servicio de correos y publicó en diaros de provincia. Trabajó como piloto de autobús en San Martin Jilotepeque, operario en una embotelladora de gaseosas y maestro empírico en una escuela en Joyabaj. También fue redactor del diario El Imparcial hasta su muerte. Recibió el premio de los Juegos Nacionales de Noviembre.

Libros publicados

Título

Año

Editorial

País

Género

Romances de Tierra verde 1938 Tipografía América Guatemala Libro/Texto
Los dedos en el barro 1935 Editorial Mínima Guatemala Poesía
Seis Nocturnos 1951 Union Tipográfica Guatemala |Poesía
Cuentos de Joyabaj 1984 Editoria Cultura Guatemala Cuento

Obra

Se llamaba…Se llamaba Lucía y se pintaba furiosamente las uñas y me dejaba una sensación tibia de naranja.Desde la calle mis dieciocho abriles subían por el muro a la ventana coronados de yedras unas veces y puntiagudos otras como llamas, mientras el cielo caía gota a gota de los tejados de las casas. Me gustaba la falsa humedad de sus medias que daban a sus piernas un resplandor de agua, me gustaban las yemas de sus dedos, me gustaba su olor a lápiz, me gustaba el pececillo gordo de su lengua y su manera de preguntar: ¿Me amas? Olía a yerbabuena y a ciertos jabones cursis cuando por el escote se escapaban sus senos, de puntillas con pies de ángel, casi como alas, y mis manos se hacían de pronto mariposas y los espejos eran ramas cargadas de duraznos y de extraños jacintos, y algo se derretía al nivel de la cama. Nunca dijo que sí pero cedía siempre. Me acuerdo de sus ligas y del burujo de sus enaguas, de sus medias colgadas en alguna parte y de su cabellera dispersa por la almohada como una mancha de tinta ligeramente azulosa o un vivero de arañas. Se llamaba Lucía, pero pudo llamarse Rosa. El nombre, como siempre, ni da ni quita nada. Más allá de las islas heladas del olvido donde mi corazón jamás echará ancla, no pertenece ya a mi historia esta historia y más que cosa vivida se antoja imaginada. Se me confunde ahora con las habladurías de las comadres contra las muchachas, cuando se sientan alrededor de una taza de café mientras la tos ya infla, ya desinfla la sala… Un poco de cielo Tu recuerdo, en el aire; con el humo en que se despereza mi último cigarro, a la luz espectral de los aparadores o, de súbito, dentro del ropero de la luna. Es la hora de las ventanas bien abiertas y los libros por el suelo, cuando la tarde penetra a las alcobas, debajo de las camas, se va a pique en las palanganas, y en los espejos o mancha las barbudas colchas almidonadas. Vienes con las tazas de té, desde los melocotones, en la contraluz que dan las naranjas, y es tu misma sonrisa congelada de muerte, la misma que se prendió a tu boca como una sanguijuela. Eres como palabra que busca una garganta, o como el anhelo de ser sueño. Vienes y te quedas aquí, sobre mi libro abierto, perdida por el vidrio de mis anteojos, adherida a mis dedos, a mi nariz que se yergue en la boca y en medio de los ojos —como cuña. ¿De dónde? ¡Di! ¿De dónde? Algunas noches siento que vienen a buscarte. Manos imprecisas, palpan bajo los cobertores y por la estepa boreal de las sábanas; presiento la carne de gallina que ponen los cojines, los colchones por el tactear peludo y vacilante que deshiela el horror acumulado en mis huesos. Desde afuera, allende el viento, allende los árboles como carbonizados quiero ver, en las noches, algo que está esperándote algo que alienta en el rumor del río y de la propia noche y de la hojarasca pisada imperceptiblemente. Hay un rodar, un gélido rodar —el mismo de cuando, tras un grito que me rasgó la sangre, te empujaron al caos los ojos de la muerte. ¿Qué tiene eso que ver con que el viento llore en el ojo de la llave y con que crujan los huesos de los armarios? Cuando abro la polvera donde empollan su blancura las motas, cuando alguien se ahoga en el sifón del lavado, cuando se me quedan viendo, con sus ojos de todos los colores, los frascos de aguas aromáticas o la pecera inunda de su temblor la alcoba, tu recuerdo, en el aire, se hace aire, se hace silencio y luego pensamiento. Nocturno (número 3)Yo me pregunto ahora qué espero, qué persigo,qué hago aquí entre la noche tundido y humillado,viendo cómo gotea mi corazón, mi húmedocorazón solitario como el reloj de un muerto;por qué en vez de sentir mi hígado o mis pulmones,o el peso de mi lengua ya casi como un liquen,o el limar sigiloso del pensamiento, ahorasólo siento que cae mi corazón al agua,que cae gota a gota, sudando desde un muro,brotando desde el mundo oscuro de mí mismo,cual si me derritiera yo mismo poco a pocoy me fuera rodando al agua y asfixiándomeahogándome en pedazos indefinidamente.Me pregunto qué miro cuando no miro nada,con quién estoy hablando ahora que hablo solo,de qué está lleno el hueco de mis manos vacías,por qué crece mi pelo como si me doliera,como si me arrancaran de cuajo las raíces,o el pelo fuera un poco de esa noche de adentrohelada o interminable que se me va escapando.Brasa de mi costado, yodo en la carne viva,viejo agujero negro, o garfio, o ay de hielomi corazón me habita, él sólo, aquesta noche.(¿Quién llama entre la furia de sus aldabonazos?¿Quién pasa en sus pisadas? ¿Quién clava clavos torvos?)Esta noche me habita mi corazón, él sólo.Esta noche camina por salas y pasillosun monje vivo que es también un alma en pena.Y mientras el silencio duele y la vida dueley la noche me duele como una inmensa herida,mi corazón se vuelve una pequeña noche,una grieta que bebe la noche gota a gota

Crítica

“La lectura de Francisco Méndez, mágica y deliciosa nos provocó amenidad, humor y aprendizaje, sobre todo después de pasar por los primeros cuentos donde apreciamos el crecimiento literario del autores una obra selecta como para leérsela a jóvenes y así apreciar otra buena pluma nacional producto de la capacidad autodidacta (quién sabe si llamarle así: autodidacta, cuando se ve que el autor leyó cualquier cantidad de libros, creo yo sobre todo los clásicos, muy recomendados, pero que hoy nos cuesta que la gente entienda la escuela que se puede recibir de esos antiguos escritores, su poesía es solitaria, habla de sus recuerdos o de el mismo, como en el poema nocturno, habla sobre quien es el, la persona que aún no ha encontrado un valor propio”.Roberto Champney

Sus poemas hablan de recuerdos pasados llenos de alguna aventura o recuerdo que él aprecia. Escribe con mucha sencillez, sus poemas son fáciles de leer. Es muy expresivo con sus sentimientos, y escribe con delicadeza.

Fuentes